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La Danza Circular, una herramienta social y de trascendencia para este milenio

Sólo el hombre percibe que percibe.

El prodigio de haber llegado a ser concientes de la conciencia, hace que algo perfecto en cada uno de nosotros, esté esperando, pacientemente, de por vidas, por la receptividad adecuada para poder manifestarse.

Los seres humanos podemos evolucionar conscientemente física, psicológica y espiritualmente.
Y se puede hacer en forma activa y sencilla, simplemente dándonos permiso para ingresar al flujo.
Al flujo continuo de las cosas y de la Vida.
A un Círculo.

La Danza Circular o el danzar en rondas, son una de las formas artísticas más antiguas que han acompañado al hombre a lo largo de su evolución.
Han tenido desde la antigüedad un importante significado para él, su comunidad y su cultura.
Es un arquetipo primordial y le pertenece.

A lo largo de la historia se ha danzado para comunicarse con los dioses, para provocar estados alterados de conciencia, para generar presencia, autoafirmación, celebración y acompañar colectivamente en los distintos pasajes de la vida de una comunidad.

Siempre se supo que el círculo era poderoso y una vía directa para la unificación hacia un propósito individual y colectivo.

Estructuralmente, el espacio sagrado (el centro del universo y soporte de concentración), es generalmente representado como un círculo inscripto dentro de una forma cuadrangular.
Es muy probable que esta universalidad de las figuras mandálicas se deba al hecho de que las formas concéntricas sugieren una idea de perfección (de equidistancia con respecto a un centro) y de que el perímetro del círculo evoque el eterno retorno de los ciclos de la naturaleza (tal como en la tradición helenística lo proponía, por ejemplo, el uróboros).
El uroboros, expresa la unidad de todas las cosas, las materiales y las espirituales, que nunca desaparecen sino cambian de forma perpetua en un ciclo eterno de destrucción y nueva creación. Representa la naturaleza cíclica de las cosas, el eterno retorno y otros conceptos percibidos como ciclos que comienzan de nuevo en cuanto concluyen. En un sentido más general simboliza el tiempo y la continuidad de la vida.
En la Alquimia, el Ouroboros simboliza la naturaleza circular de la obra del alquimista que une los opuestos: lo consciente y lo inconsciente. Siendo igualmente un símbolo de purificación, que representa los ciclos eternos de vida y muerte.
Al danzar circular, los lugares que cada quien ocupa, los pasos de la danza, la música, el centro y el espacio alrededor, combinan en perfecta armonía para generan un perfecto mandala humano.
Esta universalidad de los mándalas hizo que el psiquiatra Carl Gustav Jung los privilegiara como expresiones probables de lo inconsciente colectivo.
El inconsciente colectivo, teoría de Jung, establece que existe un lenguaje común a los seres humanos de todos los tiempos y lugares del mundo, constituido por símbolos primitivos con los que se expresa un contenido de la psiquis que está más allá de la razón.
Jung no se interesó demasiado por explicar si lo inconsciente colectivo está por debajo o por encima del inconsciente individual. Lo que sí precisó Jung es que lo inconsciente colectivo está vinculado con los instintos.
Éstos son necesidades fisiológicas, pero al mismo tiempo también se manifiestan en fantasías y con frecuencia revelan su presencia sólo por medio de imágenes simbólicas.

El universo entero es un mandala es por esto que cada ser humano responde ante ellos incluso de maneras inconscientes, más allá de su edad, género, raza, cultura, es decir, trascendiendo toda aparente diferencia.

En estos últimos tiempos, especialmente en este nuevo milenio han vuelto a surgir estas formas de expresión artística, que han inspirado a muchos seres a trabajar desde diferentes puntos de enfoque con el círculo.Cuando danzamos en círculo, sea cual sea la forma que se plasme en la danza y los pasos a seguir, cada uno comienza a expresar su propio lenguaje interior, el lenguaje del alma...

Algo desde adentro se logra conectar y comienza a salir hacia el exterior, haciéndose visible y consciente...
Estamos amorosamente sacando energía de adentro y la estamos manifestando en el exterior...

Toda relación en grupo enriquece, porque crecer, madurar, aprender, se da básicamente a través de la relación.
Sea la pareja, la familia, los amigos o los compañeros en un círculo, son estas relaciones las que nos enseñan quienes somos, nos devuelven una imagen de cómo actuamos y qué provocamos en los demás.
Pero en este ambiente cotidiano también aparecen unos límites, digamos una protección para no enfrentarse a los mensajes de los otros que nos hacen daño emocional.
Y esta protección es el límite para darse cuenta de quienes somos y cómo nos relacionamos.

Cada danza y cada desafío coreográfico son ambientes nuevos donde trabajar esos límites, ampliar la conciencia de uno mismo, y desde esa conciencia cambiar las formas de relación problemáticas. Por lo general la relación problemática que primero hay que cambiar es con uno mismo.

El énfasis en la toma de conciencia, el contacto a través de los sentidos, la vivencia del aquí y ahora, centrarse en la experiencia, en la propiocepción, en la emoción y en los actos, gestos, tics, posturas. Son elementos que apuntan a un aprendizaje, a un entrenamiento para reconocer mejor los mensajes del cuerpo, a diferenciar las fantasías de la realidad, a hacernos responsables de nuestras virtudes y deficiencias, reconociendo la distorsión de la realidad que produce nuestro carácter y las consecuentes limitaciones.

Es amablemente plantearse algunos aspectos e ir madurando emocionalmente, un objetivo.
La música, el cuerpo y la emoción son los ejes a través de los cuales el grupo se relaciona y aprende.

En pedagogía se habla mucho del aprendizaje significativo, un aprendizaje que quede ligado a otros conocimientos previos; si el nivel de la experiencia es adecuado se producirá un aprendizaje que tenga sentido en la comprensión del individuo.

El aprendizaje emocional y el aprendizaje significativo van de la mano para madurar.

La expresión "darse cuenta" se refiere a esa toma de conciencia emocional e intelectual que integra diferentes informaciones internas en un conocimiento mayor, que nos ayuda a comprender acciones o percepciones ambivalentes que nos generaban confusión.

Generalmente, podemos nombrar a estas ambivalencias como conflictos de polaridades, tendemos a identificarnos con una de las áreas emocionales pero no con la otra, por eso al reconocer que podemos tener emociones, actitudes, o acciones enfrentadas, se puede producir la integración.

Y a lo largo de las danzas y las vueltas del círculo se brinda el tiempo y el clima necesario para que se vayan activando todas estas posibilidades.

La labor terapéutica es educación, la pedagogía que favorece la madurez es terapia.

El cerebro humano procesa 400 billones de bits de información cada segundo, sin embargo, sólo se está conciente de 2000 de esos billones de bits de información.
No estamos atentos al resto de la información, porque literalmente no prestamos atención a esos estímulos. Esto no significa que el cerebro no esté procesando esa información, significa que son funciones independientes de la mente, una es el procesar el estímulo y la otra es estar "presente" frente al estimulo.

El lóbulo frontal es la sección del cerebro que se encarga de focalizar la atención de la conciencia.

Cuando se cambia la mirada de lo que observamos, cambian las percepciones del entorno y la manera que se responde a los estímulos.

Y aquí, la metáfora de "una mente abierta" nunca tuvo tanto significado.

El pensar en la función de la Atención y la Presencia como un vasto océano de infinitas potencialidades, es un desafío difícil de rechazar.

El diámetro del campo visual y el punto de vista, son productos adquiridos del ejercicio de la memoria intelectual porque se tiene que conocer lo que se está buscando.

Consecuentemente hasta que no nos familiaricemos y nos eduquemos con los que ya está potencialmente allí afuera, sólo podremos observar lo que ya conozcamos.

Cada desafío musical, cada secuencia de pasos, cada sensación y emoción que irrumpe son posibilidades para ser observadas y equilibradas.

No es lo mismo un trabajo individual en búsqueda de movimiento, que estar participando activamente en una ronda que ya se encuentra girando y su música sonando.
Hay que permanecer bien atentos y enfocados.

Y además permitir y aceptar que todo eso está sucediendo simultáneamente, mientras que círculo acompaña, amansa y contiene.

Sería como volver al agua de la panza materna donde abunda, la paciencia, la calidez y el orden necesario.

Y parece ser que nuestros lóbulos frontales tiene el privilegio de ser el divino espacio de la Inspiración Humana.
Esto es lo que nos ocurre cuando danzamos en círculo.
Tomamos una danza, escuchamos una música nueva, los pasos cambiaron, quizás se combinaron y comenzamos a ejecutarla plenamente conscientes de nuestro cuerpo: cambiamos el peso, contamos los pasos, etc.
Poco a poco esta conciencia intelectual de nuestro cuerpo se va tornando en conciencia sensorial, la música se apodera de él y ejecutamos la danza solo sintiendo como nos movemos, dejándonos llevar por la memoria muscular, la sensación del ritmo, etc.

Del mismo modo, nuestra mente, en un principio alerta a las instrucciones, va abandonando suavemente el esquema de la danza, incorporando la coreografía a sus códigos internos y permitiéndonos simplemente repetir lo aprendido y memorizado por nuestro cuerpo.
Nada nos perturba, ningún pensamiento se infiltra, ya que en el momento en que esto sucediera, se produciría un quiebre en la ejecución y equivocaríamos el paso.

Así, conscientes del movimiento de nuestro cuerpo, libre la mente de todo pensamiento organizado distinto de la danza misma, avanzamos hacia la toma conciencia de nuestras sensaciones, de lo que cada una de las danzas provocan en nosotros.
A partir de este instante, estando completamente centrados y concentrados en el momento que vivimos; comenzamos a percibir que tomamos contacto con nuestro yo más íntimo, percibimos la conexión con la Tierra, con el Universo, sentimos un flujo energético que nos produce distintas sensaciones físicas y emocionales, y que por estar tomados de las manos vamos compartiendo con los demás miembros del círculo.
La danza promueve la desaparición de la noción de espacio y tiempo de modo que abre simbólicamente las puertas a una nueva realidad, un portal de conexión con lo sagrado.

En nuestra primera infancia las rondas fueron una instancia significativa que nos permitió incursionar en la alegría que proporciona el contacto, la sonrisa compartida, el movimiento sincronizado con otros, regalos y dones que permanecen registrados en nuestra memoria corporal y que siempre están a nuestro alcance.
Las rondas nos devuelven a una época de aprendizaje donde el juego es la forma de aprender a través de la expresión, la espontaneidad y la fluidez emocional, sin dejar de lado el marco de laboratorio que representa el grupo. Cada danza es un juego nuevo, un juego que nos puede enseñar que en la vida todo son juegos, que el niño no muere, que nuestro niño siempre actúa aunque los juegos sean muy serios, sólo podemos pactar con sus necesidades para poder madurar y sentir que vamos hacia donde queremos ir.

El cuerpo somos nosotros mismos, no es como la geografía o la historia, es mucho más próximo a nosotros. Cuando alguien se entrega a la danza y al círculo, si quiere dejarse sorprender, se comienza a dar cuenta de que se está encontrando a si mismo.

Con el trabajo de las danzas se intenta focalizar siempre sobre cuatro niveles a la vez.
Un primer nivel de entrada que son los sentidos. Otro nivel que está más próximo a la teoría del razonamiento, el contar, memorizar. En el siguiente se aprende a abstraer a partir de la sensación y el último y bien distinto que es de estar a la escucha colectivamente.

Las Danzas Sagradas Circulares son un instrumento poderoso en el trabajo grupal para todas las edades e intereses, porque ofrecen un momento compartido donde la música y el movimiento tranquilizan y estimulan el corazón y el espíritu. Brindando el espacio y la frecuencia adecuada para que cada quien comience a hacer contacto con su Ser, se encuentre con los otros y se re-des-cubra al lado de los demás.

La finalidad última de las Danzas Circulares son el de crear un espacio lúdico de experimentación consciente que sirva para despertar la Conciencia.


Adriana Mas
Danza Movimiento Terapeuta
Entrenadora de Biomusica Internacional
Psicóloga Social Psicoanalítica
Focalizadora y Coreógrafa de Danzas Sagradas Circulares.

 

 

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